CIUDAD DE MÉXICO.-La idea de que por la violencia México sea un Estado fallido es una farsa: el Estado, en realidad, nunca ha funcionado.
Esa es una de las tesis del antropólogo Claudio Lomnitz (Santiago de Chile, 1957). Otras más son que la «guerra contra el narco» no es una guerra, pues una guerra se puede ganar, sino una nueva forma de gobernar y un modo de vida. Que la «Cuarta Transformación» es, en verdad, la segunda transformación del Estado que surgió tras el neoliberalismo: una mezcla entre la frustración por la extensión de los derechos que se esperaba con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y la intención de retornar a la centralización del poder en el Presidente y en los militares.
En su más reciente libro, El tejido social rasgado (Ediciones Era), una reunión de sus ponencias en el Colegio Nacional, el profesor de Antropología e Historia en la Universidad de Columbia, rechaza la idea de que los niveles de criminalidad -120 mil 463 homicidios dolosos en el sexenio de Felipe Calderón, 156 mil 437 en el de Enrique Peña Nieto, más de 134 mil 493 en cuatro años de López Obrador- se deban a una crisis moral de la sociedad en el que las mamás deberían de llamarle la atención a los hijos delincuentes.
Se trata, afirma, de una excusa de un Estado que ha dejado de aplicar algunas de sus funciones clásicas. Si el lema del Estado desde el Porfiriato era «Mucha administración, poca política», el del Estado actual podría ser «Mucha soberanía, poca administración de la justicia», sostiene.
Sin embargo, no hay retorno posible. La crisis actual no es una pausa, no hay adónde volver. Lo que existe es un nuevo Estado que no se reconoce a sí mismo, sostiene en esta entrevista resumida.
Usted afirma en en libro que la idea del «tejido social rasgado», se usa como excusa por el Estado para explicar la falta de control que ha dejado de tener en algunos sectores.
Así es. Ha habido la impotencia o la colusión de los Gobiernos locales, federales, diferentes pedazos del Estado, con la violencia. Ha tendido a buscar en quién depositar la responsabilidad. Una posible salida es decir ‘esto realmente no tiene que ver con nosotros, sino que emana de una descomposición social’. No es que no haya una ‘descomposición social’, pero esto es parte de un cambio en la relación entre el Estado y la sociedad. Creo que no hemos querido ver de fondo la forma en que ha ido cambiando la relación entre el Estado y la economía, las economías locales.
Plantea un Estado desarticulado, con instituciones inestables y su origen en los años 80, en el fin del Estado petrolero, derrochador, corporativo y proteccionista, con una Policía que extorsionaba, y los cambios neoliberales que buscaban ampliar el Estado de Derecho pero que no estuvo acompañado con la atención de las Policías.
Y no sólo con las Policías. Básicamente lo que sucedió es que el viejo PRI fue el que ejecutó la transición neoliberal y lo hizo con mucho costo interno para el PRI. Esta situación dejó a los gobiernos con mucha impopularidad, incluso al interior del partido. Y lo que encontraron como posible fórmula, que tenía y tiene todavía cierta popularidad, es el Estado de Derecho. Ese sí es un reclamo popular. Pero ¿cómo construyes un Estado de derecho si nunca ha habido un Estado de Derecho? Y eso hay que tenerlo claro: nunca ha habido en la historia de México un Estado de Derecho. Una idea de pronto fue, bueno, pues a través de la norteamericanización, el TLCAN obliga a México a que haya algunas cosas necesarias para emparejar un poco el piso competitivo entre México, Estados Unidos y Canadá, y alguna de esas cosas van a estar siendo vigiladas por los gobiernos de Estados Unidos y Canadá. No me parece que necesariamente haya sido una mala idea, pero no me parece tampoco que fuera suficiente, fue más un artículo de fe que una política.
Una lectura simple de su libro podría darle la razón a quienes piensan que todo los males vienen del neoliberalismo, aunque usted introduce muchos matices. La corrupción del Estado anterior, de las Policías, y destaca que, en algunos sectores, el Estado se volvió más eficiente.
Creo que hubo decisiones de la sociedad y del Gobierno en la transición neoliberal que estuvieron mal desarrolladas. Creo que hubo errores más graves o decisiones graves con consecuencias que seguiremos pagando muchos años. El libro es crítico de algunas de las cosas que se hicieron -no de todas, ¿eh?- bajo la bandera de la reforma neoliberal, pero también queda claro en el libro que parte del problema provenía del sistema de control previo. El segundo capítulo está dedicado a cómo funcionaban los policías antes de la reforma neoliberal, para entender cómo se desarticuló el control policial del País. No se puede entender eso si no entiende uno como funcionaba antes. El sistema anterior era un sistema en el que básicamente la Policía se autofinanciaba a partir de una economía de extorsión que estaba acotada por un cierto control político. Como había un partido único y ese partido controlaba todos los niveles del Estado mexicano, había cierta capacidad reguladora. Antes tenías un límite, ahora ya no lo tienes. Ahora, hay una nostalgia sobre ese viejo régimen, regresar a esa época previa del neoliberalismo, como si hubiera sido la gran cosa…
Ese intento de construir el Estado de Derecho y profesionalizar a las Policías terminó en 2006, con la declaración de la guerra al narco y el uso de las Fuerzas Armadas y por la decisión de un candidato perdedor de poner en duda la legalidad electoral.
Sí, yo creo que el 2006 es un punto de inflexión en el que este proyecto trajo muchas cosas malas, pero muchas cosas buenas también. Por un lado, la decisión de López Obrador y de sus partidarios de deslegitimar la elección. Esto dejaba en una situación de debilidad a Calderón. Y, por otro lado, la decisión de Calderón de hacer prácticamente como su primer acto de gobierno, el lanzar una guerra contra las drogas. El lanzamiento de la guerra contra las drogas sí entierra la posibilidad de construir un Estado de Derecho por lo menos desde el punto de vista judicial y de la Policía. Porque el tamaño de la economía de narcotráfico era suficientemente importante como para qué hacer «una guerra» contra esa economía. Meterse con todo un ramo de la economía así no se podía. No había con quien hacer eso, no había un sistema judicial y policial suficientemente robusto para procesar legalmente una rama entera de la economía, además muy dispersa, y armada. Eso significa que se lo tuvieron que dar a las Fuerzas Armadas.
En ese sentido, la Cuarta Transformación y la estrategia militar, el abandono de las Policías y del Estado de Derecho, sería la segunda transformación del Estado desde 2006.
Exactamente. Lo que creo es que ha habido el nuevo Estado que empieza a gestarse, sobre todo a partir del TLCAN, a partir de la globalización, que tiene dos puntos de inflexión. Uno es el momento de la guerra contra las drogas, que es el momento en el que ya no se puede procesar legalmente la economía ilícita y entonces se busca un enfrentamiento desde las Fuerzas Armadas. Y, luego a tratar de legalizar todo lo que hagan las Fuerzas Armadas, que están en una situación de vulnerabilidad legal desde la declaración de la guerra contra las drogas. Y una segunda transformación en el 2018. Ahora, ¿qué tipo de Estado se está creando? No lo sé, y en ese sentido espero que podamos encontrarle a todo esto unas salidas que recuperen las partes más positivas de las experiencias anteriores, porque Estado de «Mucha soberanía y poca administración» es también un Estado autoritario y con poca justicia.
Afirma que no se puede hablar de un Estado fallido porque en realidad el Estado no funcionaba antes y que esto no es una pausa para regresar a ese Estado, previo al neoliberalismo, que de pronto se ve tan idílico.
En mi opinión esto ha sido una de las cosas que no ha reconocido la sociedad mexicana ni mucho menos sus políticos. Que lo que ha sucedido es que se ha ido formando un nuevo Estado y que hay más continuidad. A lo que hay ahorita, que se dice que se está rebelando contra el neoliberalismo, tienen relaciones muy muy fuertes con lo que estaba sucediendo antes. Yo veo más lo que hay ahorita como una consecuencia o un paso adicional que un nuevo régimen totalmente diferente del anterior.
En 2019, Lomnitz publicó «La nación desdibujada», un compendio de ensayos sobre cómo fueron quedando atrás las formas tradicionales de representación en México. Sobre la dificultad de crear grandes relatos históricos que agruparan la mexicanidad. En su nuevo libro plantea el fin de un proyecto expansivo del Estado de Derecho y el cambio a la «rutinización de un Estado de excepción». Lo que existe, sostiene, es un descontrol gubernamental con instituciones inestables. Eso impide crear verdades socialmente creíbles.
Plantea que esa fragmentación impide decir «Fue el estado».
Yo creo que hay un deseo de que el Estado esté bien articulado. Es un deseo que no sólo viene del Gobierno, viene también de la sociedad. Cuando López Obrador dice, por ejemplo, en la corrupción, las escaleras se barren de arriba para abajo, lo que está diciendo es: el Presidente es el responsable de toda la cadena de corrupción. Ahora, eso es falso. El Gobierno mexicano no funciona así. La corrupción no funciona así y puedes tener un Presidente honrado y un montón de corrupción en la sociedad. Lo estamos viendo ahorita. Cualquier sociólogo, economista, antropólogo que haya trabajado sobre corrupción sabe que esa afirmación no es verdad en ninguna parte del mundo. Pero hay un deseo de que la autoridad del Estado sí funcione así. Que haya una cadena de mando que diga, por ejemplo en el caso de Ayotzinapa, un deseo muy grande de reconocer los crímenes como un crimen de Estado. Pero entendido como un crimen de Estado verticalmente integrado, y no como un Estado que yo llamo un Estado extrañado de sí mismo. Es decir, en el que las partes pueden estar operando con alguna autonomía una de otra y en conflicto a veces. Esa imagen del Estado desarticulado, que desarrollo en el libro, nos da mucho miedo, y con razón. A nadie le gusta eso, pero hay como un deseo de negarlo en lugar de enfrentarlo.
Asegura que esto no es una pausa, que no se puede volver a un Estado anterior. ¿No ve salidas?
Yo no sé de salidas, porque desgraciadamente nunca he participado, nunca he diseñado una política pública. Soy un antropólogo, funciono con la idea de que ofrecer una mirada así pueda servir para empezar a imaginar políticas. Me parece importante que los diagnósticos sean lo mejor posible para poder ir diseñando políticas. La idea, por ejemplo, de regresar al México previo al neoliberalismo es absolutamente imposible; independientemente de que fuera deseable. Cualquier análisis serio demuestra que eso no se puede por razones sólidas, no nada más por cuestiones sentimentales. Se necesita hoy mucha imaginación política para ir armando una sociedad más pacífica, más justa y más segura, porque la inseguridad es crónica en esta sociedad. Crear una sociedad más tranquila, más segura, más educada, más próspera, con mayor riqueza cultural, inmaterial, requiere de mucha imaginación y no nada más ahí de un montón de discursos que consiguen matracas y aplausos.