Por José Elías Romero Apis
Me gusta platicar con los jóvenes y con los de mi generación. Ello me ha convencido de que todo se rebela y no solamente las personas. En los tiempos recientes se han rebelado la salud, la naturaleza, la política, la ley, la ciencia, la cultura y hasta la religión. No hay duda de que es una rebelión de los tiempos.
Por eso vemos fenómenos insólitos. Hoy, los reyes son los respetuosos de sus parlamentos, mientras que los presidentes injurian o amenazan a sus congresos. Hoy, los antiguos partidos poderosos se convirtieron en los nuevos partidos chaperones. Hoy, los pseudo estudiantes atacan los cuarteles militares. Hoy, los cárteles son cumplidores y los gobiernos son mentirosos.
Para tratar de entender, me gusta preguntar a los maduros y a los jóvenes. Todos tienen talento. Aquellos, con experiencia. Éstos, con esperanza. Pero todos los días me enriquezco con sus respuestas. Gracias a ellos, no tengo un solo día perdido. Carpe diem.
Ya he comentado que he preguntado a mis alumnos y a mis amigos juveniles ¿qué es lo que no les gusta a los jóvenes? Descartemos aquello que no le gusta a nadie, sean jóvenes o viejos. La corrupción, la delincuencia, la pobreza, el subdesarrollo y la ingobernabilidad.
Su respuesta ha sido muy directa y muy inmediata, porque es un dolor juvenil que viene desde hace años. Les desagrada mucho la falta de compromiso de nuestros gobiernos con las actuales y las futuras generaciones. También les punza la falta de seriedad en el ejercicio del poder.
En México, ya llevamos 28 años y cinco gobiernos aplicados a lo inmediato sin verdadera atención hacia lo futuro. Con un exceso de presentismo y una absoluta falta de vista y de visión hacia el porvenir.
Mis hijos me han dicho algo irrebatible. Que la generación de su abuelo se preocupó mucho más por mis hijos, que lo que la mía se ha preocupado por mis nietos. En efecto, tengo que reconocer con mi vergüenza que mi padre hizo más por sus nietos que yo por los míos.
La generación de mi padre sufrió críticas, burlas y hasta leperadas por construir lo que se consideraba una presunción inútil. La Ciudad Universitaria, el Hospital de La Raza y el Centro Médico Nacional. El sistema nacional de irrigación y sus grandes presas hidroeléctricas. El sistema de infraestructura. El Sistema Cutzamala y el drenaje profundo. El sistema nacional educativo, que comenzaba con desayunos escolares y terminaba por los conjuntos museográficos y hasta un Auditorio Nacional.
Se aguantaron chistes y guasas por crear Acapulco, Huatulco, Ixtapa, Los Cabos y Cancún; por construir el Metro y Tlatelolco; y por fundar el ISSSTE, el Infonavit, el DIF y la Conasupo. En el ámbito de las cosas inmateriales, los criticaron por instalar el sistema laboral, el desarrollo estabilizador, la reforma política mexicana y el sistema de libre comercio.
En cuanto a la seriedad, los jóvenes también tienen mucha razón. La seriedad es indispensable en toda política de gobierno. Pero hemos vivido muchos años en medio de una política poco seria.
Aclaro que no me gusta la seriedad dictatorial ni la represión. Soy de la juventud del 68 y me gusta la libertad, la tolerancia y la paz. Pero, por ser de esa generación, me gusta la seriedad. Aprendí, muy bruscamente y muy dolorosamente, que la política es una bebida muy fuerte y que es algo demasiado serio. Vi cómo los que perdieron se murieron y vi cómo los que ganaron se destruyeron.
Tengo mayor esperanza en los jóvenes que en mis contemporáneos. Creo que a ellos ya no les gustará nuestra corrupción, nuestra irresponsabilidad, nuestra inconsciencia, nuestras equivocaciones, nuestras mentiras y nuestro cinismo.
Pero, al mismo tiempo, tengo el presentimiento de que, tampoco, podremos culpar al pasado, sino al presente. Que no podré culpar a mi padre por lo que hizo bien y yo lo disfruté. Que tan sólo podré asumir la culpa de que a mis hijos y a mis nietos ya no les guste su única herencia. ¡Vamos!, para decirlo directo, tengo mucho miedo de que ya no les guste México.