CIUDAD DE MÉXICO.-Las primeras semanas del año han sido intensas para los partidos que conforman la alianza Va por México, fruto del anuncio hecho por las dirigencias del PRI y el PAN de repartirse las candidaturas del Estado de México y Coahuila, este 2023, para el primero, y de la presidencia de la República y jefatura de gobierno de la Ciudad de México en 2024, para el segundo.
Este acuerdo deja en Acción Nacional la responsabilidad de definir ambas posiciones; el PRI hizo lo propio en donde se realizarán elecciones este año y, de acuerdo con las dirigencias de los partidos, el método seguido fue el de medir la popularidad entre quienes aspiraban a esos cargos: la encuesta. El PRD también se sumará a estos acuerdos.
El PAN ha hecho uso de este método desde hace años. Es la forma que encontró para salvar elecciones internas, evitar la complejidad de unas precampañas que resultaban costosas, de desgaste de la imagen de los propios candidatos, de motivos de división que terminaban en derrotas casi seguras ya ante la competencia contra otros partidos.
Acción Nacional no ha logrado hacer de su democracia interna un factor de unidad: diversas reformas estatutarias a lo largo de la última década llevaron a un modelo de liderazgo que se volvió cada vez más vertical, controlador y pragmático. Vertical, porque depositaba en cada vez menos militantes las decisiones trascendentes (como la elección de candidaturas); controlador, porque el orden y la disciplina en aras de la victoria inhiben y anulan el diálogo, el debate y la propia competencia interna; pragmático, porque entendió que la permanencia en el poder podía permitirse el sacrifico de principios y valores (incluidos los democráticos).
Este pragmatismo además adquiere, frente al embate autoritario de Morena, una urgencia que tampoco contribuye a mejorar la democracia interna panista. El engorro de los procedimientos democráticos puede dejarse de lado o reducirse a lo que se ha llamado “mesas de unidad”, esos espacios donde las y los interesados se ponen de acuerdo en métodos, nombres, reparto de espacios en caso de triunfo, y un largo etcétera; el estado de excepción de una democracia en riesgo, justifica y avala, aunque no deje de ser una de las formas de la antipolítica: el pragmatismo.
Las consecuencias del déficit democrático y de la tendencia a centralizar el poder es que el panismo ha pasado de replicar las prácticas priistas del caciquismo en lo local y en lo nacional (los llamados “cadeneros”, Felipe Calderón dixit), a no poder ya realizar una elección interna, como ocurrió a finales de 2021; en esas fechas, quienes aspiraron a contender por la dirigencia del partido no lograron siquiera reunir las firmas necesarias para registrar sus candidaturas, ante una comisión electoral interna conformada en su mayoría por integrantes que debían su trabajo al presidente en turno, que buscaba relegirse.
Ocurrió también en 2018, cuando se buscaba definir la candidatura por la presidencia de la República, en un proceso interno al que solamente acudió un candidato (“fiesta democrática”, llamó el panismo a esa jornada). Y es así como poco a poco se pierden los incentivos para la participación –esencia misma de la democracia–, pues en ese esquema vertical, oponerse implica deslealtad o traición e ingratitud. Disentir se vuelve motivo para ser relegado, hacerlo desde los foros del partido asignados para procesar las diferencias, termina en exclusión y hasta expulsión. En ese esquema vertical, también, florecen el amiguismo, la corrupción y la mediocridad.
Para decirlo con justicia: el método de las encuestas también ha servido para definir internamente las candidaturas de buena parte de las ciudades donde los gobiernos de Acción Nacional son ejemplares. La cuestión ahora reside en si bastarán las encuestas y las “mesas” para dar cauce a la participación no sólo de los militantes y liderazgos de los propios partidos que aspiran a contender, sino también a un despertar y accionar ciudadano como el que vive México en este momento, que continuamente demuestra su presencia como contrapeso frente a los muchos y cada vez más graves fallos del gobierno y de la propia oposición, de la que muy probablemente surgirán diversos liderazgos a nivel nacional.
Faltará saber también de qué forma se resolverán los miles de cargos de elección popular que se definen el próximo año (gubernaturas, alcaldías, congreso y congresos, senado, sindicaturas, cabildos). La fórmula de la alianza Va por México (medir quién tiene mayor popularidad con encuestas, y apoyarlo en conjunto) puede ser práctica, pero parece insuficiente para garantizar los principios que permitan una participación amplia, más allá de los liderazgos partidistas, más abierta y democrática, que si en el PAN padece déficit, en los demás partidos de la oposición es prácticamente inexistente (por no hablar de la tómbola de Morena).
El tema no es menor, como tampoco lo es el conocimiento que la academia, universidades y centros especializados han desarrollado en torno a la arquitectura institucional necesaria para mejorar la calidad de la participación ciudadana, a través de la reingeniería de los partidos. Es quizá buena ocasión para, dada la incapacidad probada de las fuerzas políticas de garantizar una democracia entre sus militantes, comenzar un diálogo con la sociedad civil especializada, más allá de los “foros” con los que suele cubrirse la “cuota” de ciudadanos y ciudadanas en cada elección presidencial, y que se reduce a cuestiones de plataformas electorales.
Si en el pasado estos foros, las consultas, los encuentros y los intercambios bastaron para sumar a la sociedad civil, hoy los liderazgos que han surgido reclaman mayores espacios, mayor responsabilidad. Y si se trata del PAN, es buen momento para recordar que la apertura ciudadana es parte de lo mejor de su historia, de sus grandes triunfos. En contraste, sus épocas más aciagas son aquellas en las que cerrado, distante, ultramontano y pertrechado en los grupos de derecha radical, da la espalda a la pluralidad, al diálogo, a la inclusión, a nuevas ideas y nuevas perspectivas. En su pasado y lo mejor de su historia el PAN ha dado muestras de capacidad de apertura a la participación ciudadana.
La pluralidad y diversidad de la sociedad civil como parte activa de la oposición pone a prueba a la clase política y a los partidos que buscan representarla. Ojalá la incapacidad de Acción Nacional de tomar en serio la participación ciudadana no sea de nueva cuenta, como fue 2018, impulso para la regresión democrática del país.
ASÍ LO DIJO
La pluralidad y diversidad de la sociedad civil como parte activa de la oposición pone a prueba a la clase política y a los partidos que buscan representarla. Ojalá la incapacidad de Acción Nacional de tomar en serio la participación ciudadana no sea de nueva cuenta, como fue 2018, impulso para la regresión democrática del país.
Es quizá buena ocasión para, dada la incapacidad probada de las fuerzas políticas de garantizar una democracia entre sus militantes, comenzar un diálogo con la sociedad civil especializada, más allá de los “foros” con los que suele cubrirse la “cuota” de ciudadanos y ciudadanas en cada elección presidencial, y que se reduce a cuestiones de plataformas electorales.