Por José Manuel Luna Lastra (QEPD)
Para construir la planta base de Altos Hornos de México, llegaron a Monclova una gran cantidad de personajes que resultaban extraños en estas latitudes; extraños por su fisonomía, desde luego, pero también por su modo de hablar, de vestir. Hubo quienes vinieron por poco tiempo, pero otros pasaron el resto de sus vidas en este lugar. ………… (parte 2)
Frente a nuestra casa vivía la familia Gotchall compuesta por el señor, la señora y dos hijas. La casa de al lado la ocupó el señor Fearn y su esposa la señora Emma Bailey Fearn, personas ya entradas en años. Por la misma calle que al paso de los años vino a ser la Calle Ebano, un poco separado de la colonia, vivieron los Mackert, familia compuesta por el señor Andrew y la señora Anita Mackert, señora muy dada a la bebida y sumamente gorda que se la pasaba gritándole a su hijo Andy. Ellos llegaron en una casa remolque y en ella y un pequeño cuarto, vivieron el tiempo que pasaron aquí. Andy era un poco mayor que yo y a él le aprendimos todas las cosas negativas que uno puede aprender a los ocho años de edad, como fumar o probar el alcohol. Andy era lo que se dice «la piel de Judas» y podía hacer las cosas más difíciles y audaces que es posible imaginar. Vivía lleno de raspones y moretones, y varias veces tuvo que ser enyesado por fracturas. Me gustaría saber qué fue de ese valiente gringo, paradigma de nuestra niñez.
Por la misma calle, pero por la acera de enfrente, vivieron un tiempo el señor Charles J. Hancork y su esposa, la señora Nella M. Hancork que por entonces eran un matrimonio maduro. Antes de nosotros ocuparon nuestra casa el señor John Paul Young y su esposa cuyo nombre se me escapa. Ellos estrenaron la casa que fue la número 4 de La Loma. Cuando regresaron a los Estados Unidos, le fue asignada a mi padre, allá por 1945. Los Young no pudieron llevarse muchas de sus pertenencias y se las regalaron a nuestra familia y entre los objetos que dejaron se encontraba una inmensa estufa de leña con puertas esmaltadas que en invierno permanecía encendida todo el tiempo, dando calor a la casa. Leña era lo que sobraba. Dejaron también una especie de granja en la que había un caballo y unas 80 gallinas mitad rojas y mitad blancas. El problema fue cuando nos enteramos que, si queríamos gallinas y caballo, teníamos que limpiar el gallinero, cepillar al caballo y darles de comer todos los días; sin embargo, con el caballo nos sobraron amigos que colaboraban con nosotros con tal de que se lo prestáramos.
Otro de los estimados matrimonios que vivió en la colonia, fue el del señor William (Bill) Fisher y su esposa Mary, gran aficionada a jugar a las cartas e indudablemente la introductora de la «Canasta Uruguaya» en la localidad. El matrimonio Fisher de ascendencia irlandesa, era católico a diferencia que casi todos los demás que eran protestantes. En esta oleada de inmigrantes llegó también un inmenso hombre que probablemente pesaba más de 200 kilos, el señor George L. Weifenbach. George llegó acompañado por una linda mujer llamada Mary, y por dos niños más o menos de nuestra edad llamados Danny y Lyle que pronto se convirtieron en miembros de la palomilla. Ellos vivieron en una bonita casa de dos pisos situada entre la nuestra y la Calle Hinojosa y hasta allá se extendían mis correrías. Recuerdo los ricos pasteles de manzana que hacía la señora y los bellos árboles de Navidad que instalaba en diciembre, y que el 25 de dicho mes amanecían colmados de los más novedosos juguetes que uno se pudiera imaginar. Un día que el señor Weifenbach llegó a comer a su casa, la encontró vacía, con una nota sobre la mesa que decía más o menos lo siguiente: «mi esposo a quien había dado por perdido en la guerra, ha regresado y junto con los niños vuelvo con él …, me llevo el carro». Ya nunca se volvió a saber de ellos. Yo traté de localizarlos al paso de los años por Internet, pero no conseguí nada. El señor que fue un excelente especialista en laminación, se casó con una dama mexicana y murió en los Estados Unidos debido a los problemas ocasionados por la obesidad.
Desde luego el técnico más importante que llegó a Monclova, fue el ingeniero Harold R. Pape, acompañado de su esposa la señora Suzanne M. Robert Pape. Creo que todos conocemos la historia de estos dos ilustres personajes, así que no me ocuparé de las obras tan importantes que desarrollaron en la región. Mi padre fue contratado para fungir como secretario particular del señor Pape, por lo que la figura de este hombre resultó siempre muy familiar para todos nosotros. Tengo bien grabadas en mi memoria las fiestas que el señor Pape hacía en El Socorro, su casa, con motivo del aniversario de la independencia de los Estados Unidos; a ellas asistía toda la colonia norteamericana y algunas familias de mexicanos como la nuestra que también eran invitadas. Había torneos, competencias, juegos para los niños y los indispensables “hot dogs” que apenas se conocían en nuestra ciudad. La fiesta terminaba al anochecer, con un gran espectáculo de cohetes y fuegos artificiales. Recuerdo que cuando murió mi padre, el señor Pape fue a nuestra casa y después de contarnos una serie de anécdotas que vivió con papá, nos dijo que nunca encontraría otra persona a la que le tuviese más confianza que a él.
(a continuarse la próxima semana, parte 3)
José M. Luna Lastra, 4 febrero 2021
Contribución de la obra de José Manuel Luna Lastra (QEPD), promovida por parte de sus compañeros Arqueosaurios ~ Arnoldo Bermea Balderas, Juan Latapi O., Francisco Rocha Garza, Luis Alfonso Valdés Blackaller, Oscar Valdés Martin del Campo, Willem Veltman, y Ramón Williamson Bosque.
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