Rubén Moreira Valdez
El cura Usabiaga nació en Celaya, Guanajuato, y a los 80 años murió en Saltillo. Lo mató un cáncer de próstata. Fue ordenado sacerdote claretiano y llegó a nuestra diócesis en la década de los sesenta. Muy pronto se convirtió en un referente para universitarios, obreros y líderes de opinión.
No sé de qué, pero, en 1298, Santiago de la Vorágine murió en Génova a los 70 años y su cuerpo se encuentra en la catedral del lugar. Era dominico, arzobispo y ahora ocupa un espacio en los altares. Su culto empezó días después de su deceso y fue beatificado por Pío VII en 1816. Famoso por La leyenda dorada, un best seller de aquellos días.
La prédica de Antonio Usabiaga, llena de provocación y al mismo tiempo de amor al Evangelio, dividía los gustos. Estudió en Comillas y su formación es producto de los días esplendorosos del Vaticano II. Decía en broma y muy serio: “fui en calidad de gato”. Lo cierto es que a él, como a otros jóvenes, se les invitó a ser asistentes de los prelados que discutían el nuevo rumbo de la Iglesia en Roma.
En la misa gustaba de hacer preguntas y poner a los feligreses en predicamento. Lo recuerdo cuestionar sobre la ubicación del nombre de los “Reyes Magos” en el Evangelio. Ante la posibilidad ser exhibidos, los presentes hacíamos como que la Virgen nos hablaba.
En su biblioteca me encontré un ejemplar de La última tentación de Cristo de Kazantzakis, entonces censurado por los conservadores. No me lo dijo, pero creo que compartía el pensamiento desmitificador del protestante Rudolf Bultmann, eso puede explicar la ausencia de imágenes de santos en la parroquia y su sonrisa de resignación cuando a la plática salía el popular y entonces cuestionado Juan Diego.
De la Vorágine escribió uno de los libros más populares de la edad media. Indispensable en las grandes bibliotecas de aquellos días. El texto influyó en la obra de artistas plásticos, académicos y hagiógrafos; pero, también en la vida diaria de personas y localidades. No pocos centros de peregrinaje deben su fama a las referencias que el dominico hace de ellos.
El documento original es una colección de 180 vidas de santos y mártires, acomodadas según el calendario litúrgico. Entre las fuentes: Eusebio de Cesarea y las plumas más reconocidas de la literatura cristiana. Casi nada es para siempre, al aparecer la imprenta cayó del interés de los lectores y fue objeto de críticas. Era el tiempo de la reforma y la contra reforma de Lutero y el concilio de Trento, de Calvino y Loyola.
En los textos canónicos no aparece el nombre de los populares “Reyes Magos”, los conocemos por el Evangelio Armenio de la infancia y por la Leyenda dorada. En hebreo, Apelio, Amerio y Damasco, en lengua latina, Gaspar, Balthasar y Melchior. A ellos hay que sumar al legendario Artabán, un cuarto rey que llega treinta años tarde a Jerusalén y se encuentra en sueños con El Salvador recién crucificado.
Han pasado casi 15 años de la muerte de mi amigo. Un hombre de Dios, algo gruñón como lo son muchas buenas personas. Su obra física: la parroquia de Fátima y el instituto Fray Juan Larios; la espiritual: la fe de sus parroquianos y su ejemplo de profundo y humilde amor a Dios.
Por cierto, le gustaba que le llamaran licenciado y no padre, porque según decía, no había prueba de ello.