Aunque han transcurrido 60 años, su hija en el recuerdo es aún una bebita de mirada dulce y manos diminutas, que hoy reposa en el Panteón Guadalupe
Fabiola Sánchez
LA PRENSA
El tiempo ha pasado, sesenta años exactamente, pero para doña Rosa Elia Hernández, su pequeña hija sigue siendo la misma niña de mirada dulce y manos diminutas que una vez arrulló entre sus brazos; ayer como cada año, volvió al panteón con un ramo de flores frescas, con paso lento y corazón tembloroso, para reencontrarse por unos minutos con aquel pedacito de su vida que partió demasiado pronto.
Doña Rosa Elia visitó la lápida donde descansan su pequeña Rosa y tres de sus nietos, acompañada de una de sus hijas, colocaron entre el montón de tierra que cubre esos féretros de los infantes fallecidos un ramo de flor de cempasúchil para honrar su memora.
“Mi hija murió cuando tenía un año y siete meses… padecía convulsiones, fue poquito el tiempo que la tuve, pero no hubo un solo día que no la cuidara, que no rogara por su salud, me entregué por completo a ella.”
Las palabras se le escapan entre suspiros, como si hablara con el viento “Dios me la pidió muy pronto” expresó con voz entrecortada.
Junto a la pequeña Rosa, descansan también tres de los nietos de doña Rosa, niños que partieron siendo aún muy chicos, por eso este lugar aquí en el Panteón para la familia es muy especial.
Aseguró que, mientras Dios la mantenga con salud y vida ella acudirá como cada año a entregar flores y recordarle a su pequeña hija y sus nietos que sus recuerdos viven por siempre en sus memorias.