Por José Elías Romero Apis
Hace tiempo, los mexicanos y nuestros gobiernos no nos considerábamos pobres como lo hacen los otros pueblos, sino “brujas”, estado pasajero y eventual.
Por eso, la verdadera pobreza no existía en nuestra realidad, sino tan sólo en nuestra imaginación, en nuestra literatura y en nuestra cinematografía. Los gobiernos siempre la negaban.
Después, llegó la tecnocracia y las palabras cambiaron, pero todo seguía igual. Nuestros gobiernos seguían dudando de nuestra pobreza real y creyendo en nuestra brujez pasajera. Pensaban que hoy somos pobres, pero el año que viene creceremos al N% … ¡y ya seremos ricos!
Es decir, nunca aceptaron que somos-pobres, sino que estamos-brujas. Es una ensoñación deliciosa. La pobreza no es algo que se quite con facilidad. Pero la brujez se nos quita casi solita.
Muchos políticos deben aprender a ver con seriedad el asunto de la pobreza porque es un tema esencial de la política. Considerarla tan sólo como un tema de la economía sin conexión con la política es condenarla a ser un tema del mercado y no a ser un tema del Estado.
El asunto ha sido particularmente grave entre nosotros, porque en México la pobreza está indisolublemente ligada con la política. Aquí, más que en otros países de occidente, ser muy pobre es, además, ser muy débil. Así como ser muy rico acarrea, casi siempre, ser muy poderoso. Para los mexicanos pobres, es difícil hasta acceder a los privilegios mínimos de la ley, mientras que los mexicanos ricos están asociados hasta con el proyecto nacional de destino.
Por eso, los proyectos de reparto son imposibles en la realidad mexicana. No es un tema de repartición económica, sino, también de participación política. No sólo se trata de repartir dinero, sino de repartir poder. No sólo implica distribuir privilegios, sino también, compartir decisiones. No me duele que haya ricos. Ojalá hubiera más. Me duele que haya pobres.
Además, en nuestro país han sido varios los gobiernos los que han creado a la mayoría de los ricos y a la mayoría de los pobres. En México, son muy pocos los que son ricos por su propio mérito y son muy pocos los que son pobres por su propia culpa. Muchas de las grandes fortunas se han formado por el favor de las concesiones, de los privilegios y de los contratos gubernamentales. Y muchas de las grandes miserias se han generado por la corrupción, la inconsciencia y la irresponsabilidad de algunos gobernantes.
Es una paradoja que México sea, al mismo tiempo, muy rico y muy pobre. Es un país muy rico, pero que está lleno de mexicanos muy pobres. Somos uno de los más importantes productores de automóviles, de autopartes y de agroproductos. Pero, también, somos uno de los más importantes productores de pobres.
Como político, creo en el empleo como el arma más eficiente contra la pobreza. Hace algún tiempo, los millonarios no se medían por sus miles de millones, sino por sus miles de empleos. Se consideraba más rico no al que tenía más dinero, sino al que tenía más empleados.
Provengo de una región muy pobre en recursos naturales, pero muy rica en recursos humanos. Con el empleo y el trabajo, mi estado natal es el mayor productor económico del país, con ingreso personal por encima de la media nacional y con menor polarización en los extremos. Mis paisanos casi nunca están en las listas de super millonarios, pero casi nunca emigran a los Estados Unidos. Eso es el desarrollo por el empleo y esa es la derrota de la pobreza.
El único problema es que, para resolver a 60 millones de mexicanos pobres, se requieren 15 millones de empleos realmente nuevos y no tan sólo repuestos. Y nosotros tan sólo hemos generado 400 mil en los buenos años. Por ello, nos resolveríamos en unos 40 años, si es que no se agrega un solo pobre adicional.
Así que, o creamos 1 millón anual en 2 o 3 sexenios consecutivos, o nos los creará el vecino, o nos volveremos esclavos de la miseria. Es decir, o nos tomamos la pobreza como un problema de a-de-veras o seguimos jugando a que, por ahorita, nada más estamos-brujas.