Marcela Armas concibe a la ciudad como una gran maquinaria que, en su incesante actividad cotidiana, tan frenética como imparable, va derrochando los recursos naturales y desgastando la energía de una forma irresponsable.
Por el otro lado, en el extremo opuesto, la artista encuentra en el mundo geológico, el de las montañas y las grandes extensiones de tierra, la inspiración para reconectar a los seres humanos con el resto de la naturaleza.
Esta tensión entre ambas nociones, la de la ciudad que derrocha y la de la naturaleza que acoge, es uno de los ejes rectores de Mirar con nuestros ojos de montaña, primera revisión a la obra de Armas (Durango, 1976), que este viernes abre sus puertas en el Museo de Arte Carrillo Gil.
Dispuesta en todo el tercer piso del recinto, la muestra da cuenta del amplio abanico de medios que la artista ha utilizado en casi dos décadas de creación, a través de 13 proyectos que se valen de escultura, instalación, acción registrada en video, fotografía y la creación de máquinas sonoras o de artefactos de mecánica simple.
«En general, la selección considera un cuerpo de obras que trabajé cuando vivía aquí en la Ciudad, más o menos 10 años atrás, y es como este periodo en el que estuve investigando y tratando de reflexionar sobre nuestras relaciones, las relaciones que establecemos como sociedad con la naturaleza, y a través de la ciudad entendida como una gran maquinaria; una reflexión sobre nuestro propio ser maquinal, nuestro propio ser colectivo desde el punto de vista de cómo este pensamiento instrumental va permeándose en nuestras vidas, en el día a día y en el propio cuerpo urbano y que trastoca todas nuestras relaciones», explica en entrevista.
A este periodo pertenece, por ejemplo, I-Machinarus, un mecanismo que traza el contorno volteado de la República Mexicana con una cadena industrial y catarinas, y que es puesta a funcionar con un motor, de manera parsimoniosa y lastimera, mientras va derramando el aceite que la hace funcionar, dejando una mancha en la pared que evidencia el despilfarro.
«Hay una serie de piezas que proponen una revisión sobre cómo todas estas relaciones, y la economía en la que vivimos, están soportadas en el desperdicio, en la basura», dice al respecto. «A través de nuestra relación con el gasto, o con esta relación, de alguna manera lineal, de uso de consumo y desecho; de gasto, disposición de recursos de la naturaleza y desperdicio, sin considerar reintegrar».
Esta crítica está presente también en piezas como Exhaust y Obstrucción a dos tiempos, donde utiliza residuos gaseosos expulsados por los escapes de varios vehículos para inflar estructuras de plástico. Llevada a cabo en 2009, en Exhaust se logró que se inflara una estructura que imita los pilares que sostienen un puente vehicular, acción que fue documentada y forma parte de la exposición.
También se exhibe la mochila que, para el performance Ocupación, Armas acondicionó con siete cláxones de sonidos distintos operados manualmente, y con la que salió a las calles a tomar a pie el lugar de un automóvil, entre el peligroso flujo de vehículos, para evidenciar la contaminación auditiva generada por los seres humanos y el frágil lugar del cuerpo en una ciudad que privilegia las máquinas.
Esta crítica al uso del petróleo, a los automóviles y a las máquinas que malgastan energía, estima el curador de la muestra, Mauricio Marcín, es una de las guías de la exposición.
«Diría que, en general, una idea básica de la exposición tiene que ver con la energía y las formas en las que el mundo contemporáneo, específicamente la epistemología occidental capitalista y extractivista entiende a la energía, cómo la usa, cómo la gasta, de dónde surgen esos recursos, cómo es que esta epistemología entiende, precisamente, a la naturaleza, que es casi siempre como un recurso natural», apunta.
En el anverso de todo ello, como lo sugiere el título de la exposición, Mirar con nuestros ojos de montaña, está la determinación de que otra forma de relacionarse con la naturaleza es posible.
«Pensamos Mauricio y yo, platicando, que de alguna manera todo el trabajo como que atraviesa una mirada desde una perspectiva geológica», pondera Armas. «En todas las piezas hay esta reflexión sobre nuestro ser tierra, nuestro ser geológico».
Un ejemplo de ello es Implante, pieza que consistió en extraer tierra, a 30 metros de profundidad, de un parque público en Denver y otro en la Ciudad de México, para después intercambiar el suelo en ambas ciudades, como un acto simbólico sobre el sentido de pertenencia y de las relaciones complejas entre ambos territorios.
También por esta línea se encuentra Sideral, un instrumento sonoro que genera una composición musical a partir de la detección de los campos magnéticos de un meteorito (prestado por la UNAM para la exposición), como una forma de creación artística colectiva entre un ser mineral, un ser humano y una máquina.
«A través de esta frase (Mirar con nuestros ojos de montaña), poder nombrar y enunciar cómo nosotros también somos la tierra, como también somos la montaña y también podemos tener esos ojos de montaña para mirarnos con una cierta distancia que nos permita volver a acercarnos, buscar esos espacios de sanación y de recuperación de ese tejido que está roto», expone Armas.
La exposición muestra por primera vez la documentación total del proyecto Tsinamekuta, que la artista realizó a partir del hallazgo de un mineral con propiedades magnéticas llamado pirrotita en una mina activa del Altiplano Potosino.
Al enterarse que la mina está ubicada en un centro ceremonial wixárika, inició un proceso ceremonial, guiada por un marakame, para hacer una ofrenda con la creación de un instrumento.
«Durante una ceremonia que ofrecemos a la roca como mensajera, como parte de esta gran entidad que es la montaña y que finalmente es la tierra, hacemos una ofrenda a esta roca como parte de la propia ceremonia, y esta ofrenda está realizada en el lenguaje de la tierra», detalla sobre el proyecto concluido apenas el pasado diciembre.
«Estamos trabajando con el lenguaje del magnetismo y partir de eso inducimos una memoria magnética que procede de la señal eléctrica de nuestros corazones humanos, que inducimos a la roca, se registra en la roca y finalmente el proyecto termina cuando yo devuelvo, regreso a la mina a retornar el mineral que tomé en préstamo».
Con su primera exposición antológica, Armas encontró una coherencia en casi 20 años de trabajo que apunta hacia la responsabilidad de los humanos con el mundo natural.
«Un poco lo que me arroja es la sensación de la responsabilidad que tenemos, sobre todo en estos tiempos de crisis global que estamos viviendo y de crisis profunda, la responsabilidad tan grande que tenemos de poder revisar cada día el cómo conducimos nuestras acciones, desde las más pequeñas y aparentemente triviales, pero cómo vamos tomando decisiones en nuestros espacios de consumo, de necesidades y desde allí poder replantear nuestra relación con la tierra, con la vida, con la sociedad, con todos los seres que habitan la tierra», concluye.
