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martes 17 de junio de 2025

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Juegos de poder

Juegos de poder

Por Leo Zuckermann

La importancia de los Nachos

Regreso de vacaciones y hay muchos temas que comentar. Sin embargo, en esta primera entrega, quiero referirme a la muerte de Ignacio Marván, no desde el punto de vista personal, que naturalmente me causa mucha tristeza, sino de lo que representa la pérdida de un tipo como él.

Nacho fue un hombre inteligente y culto con el que se podía debatir a gusto. Era apasionado, pero también respetuoso de sus contertulios. Tenía, sobre todo, un gran sentido del humor. Su risa era pegajosa. Tuve el enorme privilegio de sentarme muchas veces en la misma mesa a discutir con él sobre múltiples temas, tanto en privado como en público. Desde luego que teníamos diferencias. Sin embargo, siempre fueron charlas agradables donde iban y venían argumentos y datos.

Sabía, como pocos, del régimen político mexicano. Lo había estudiado desde un punto de vista histórico. Sin embargo, era de esos analistas que también conocían el animal por dentro. Había sido parte del equipo capaz y lúcido de Manuel Camacho. Luego ayudó a López Obrador. De esta forma, conocía la política mexicana como pocos.

Yo no tengo dudas: Nacho Marván era un demócrata liberal de izquierda. Nunca se creyó dueño de la verdad absoluta. Siempre demostró su talento, tolerancia y buen humor.

Cómo se ha perdido eso en estos tiempos de polarización y estupidez en la discusión política. Hoy que los intercambios entre personas con divergencias se reducen a falacias e insultos en 280 caracteres. Qué privilegio haber tenido la oportunidad de tener debates de altura, sin pedantería intelectual, con gente como Nacho Marván.

Solamente lo vi perder la compostura una sola vez en mi vida. Y el momento también es muy significativo en nuestra vida pública. Fue en 2006, después de aquella elección presidencial que le ganó Calderón a López Obrador por un pelito. Nacho, como representante de la campaña lopezobradorista, había participado en el recuento de los votos en un estado y quedó convencido del supuesto fraude que propagaba AMLO desde el domingo de la elección.

Yo siempre me mostré más escéptico de la existencia del supuesto fraude. Demandaba pruebas, pruebas que nunca se presentaron. Por esos días participé en un programa de televisión con Nacho sobre la elección conducido por Héctor Aguilar Camín. Las cosas se calentaron. Marván, muy alterado, perdió la paciencia. Al final del programa se levantó muy enojado, nos gritó y se fue como un huracán.

Menciono este momento por la herida que dejó esa elección en la vida pública del país. Ahí comenzó una división que se ha agudizado con el tiempo. Ya nunca fuimos iguales. Hasta un tipo tan respetuoso y simpático como Nacho había perdido la ecuanimidad que lo caracterizaba. Luego, por supuesto, regresamos a ser tan amigos como siempre y seguimos compartiendo mesas de debate.

El 2006 dejó muy dolida a la gente de izquierda como Nacho. Por eso, recuerdo con alegría su emoción cuando finalmente López Obrador ganó la Presidencia en 2018. “No pensé que llegaría a ver este día”, dijo, si no mal recuerdo, frente a las cámaras de televisión con un nudo en la garganta.

Sin embargo, con la inteligencia que lo caracterizaba, Nacho nunca cayó en el fanatismo lopezobradorista. Sí, defendía a este gobierno, pero no lo idolatraba. Podía ver y reconocer algunos de sus errores. Esto nos permitió seguir debatiendo, sí, con pasión, pero también con argumentos y evidencia, tal y como veníamos haciendo desde las épocas de Fox.

Qué difícil es hoy sentar en una misma mesa a debatir a gente que piensa diferente. Me preocupa mucho cómo se está perdiendo la capacidad de escuchar opiniones opuestas. En la actualidad, todo se reduce a gritos y sombrerazos de payasos incultos que tratan de llamar la atención escupiendo insultos al de enfrente.

Todavía hace unos años, incluso después de la fractura de 2006, se podían organizar mesas con adversarios que se escuchaban e incluso bromeaban entre ellos. Recuerdo, por ejemplo, debates que organicé en la radio con el propio Nacho representando a la izquierda, Enrique Jackson al PRI y Juan Ignacio Zavala del PAN. Era una delicia. Quién hubiera pensado que este tipo de ejercicios serían cada vez más difíciles de coordinar.

Es una lástima. Si antes era posible era gracias a los Nachos que había en todo el espectro político mexicano. Gente brillante, culta, tolerante y con sentido del humor que intercambiaban sus ideas sin aires de suficiencia. Por desgracia, algunos de ellos se están muriendo como mi querido Nacho Marván.

Cómo los estamos extrañando.

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