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martes 26 de noviembre de 2024

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Óscar Oliva, el poeta de la perseverancia

Óscar Oliva, el poeta de la perseverancia

Por los días en los que se anunció que el poeta Óscar Oliva se había hecho acreedor al Premio Nacional de Artes y Literatura 2021, en mes pasado, el Telescopio Espacial James Webb mostraba al mundo las imágenes más nítidas y profundas jamás tomadas del universo primitivo.

Ambas noticias, desde luego, no pudieron más que cimbrar a un autor cuya poesía, que él denomina «de la perseverancia», está en movimiento constante, en un viaje incesante que se asemeja al del gran telescopio que recorre el espacio a la busca de sus maravillas más esenciales.

Así lo anunciaba ya en 2018, en términos del cosmos, en su discurso de ingreso como miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua (AML): «Quiero que mi poesía esté marcada por la velocidad de los acontecimientos planetarios, que explore el conflicto entre razón y pasión».

«Que sea una poesía abierta, que crezca desde las raíces milenarias del canto del mundo, una poesía que sea un proceso, no un resultado», expuso entonces.

Memorioso, de voz franca y firme -a pesar de haber contraído recientemente Covid-19-, Oliva reflexiona sobre su trayectoria al teléfono desde su casa en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

Lo hace, sí, a la luz del deslumbramiento que el mundo entero experimenta al atisbar los remotos orígenes de su existencia, pero también con el ánimo decididamente crítico que impone a su obra poética, reunida en una antología personal reciente que, claro, se llama Poesía de la perseverancia (UNAM, 2020)

«Pienso que esta crítica y autocrítica nos debe de llevar también a reflexionar sobre esta velocidad del tiempo en que vivimos, para mí totalmente fascinante, y creo que es fascinante para todo el mundo que ya estamos viendo, por medio de los telescopios electrónicos, el nacimiento no solamente de estrellas, sino el nacimiento de galaxias», pondera.

«Creo que si mi poesía, mi escritura, está en esta búsqueda, siempre será una poesía experimental, y siempre tratando de romper tiempo, espacio, situaciones, emociones y convertir todas las pasiones humanas en diversos deslumbramientos posibles que pueda haber en mi escritura», abunda.

Tanto la poesía, como la exploración del cosmos, son igualmente experimentales para Oliva.

El Premio Nacional de Artes lo toma en plena producción poética

El Premio Nacional, en campo de Lingüística y Literatura, le es anunciado a Oliva, felizmente, en un año simbólico de su vida y en uno de sus mejores momentos como poeta.

«Este premio viene cuando estoy cumpliendo 85 años«, celebra. «Cuando estoy muy completo, creo yo, poéticamente, porque estoy escribiendo mucho».

Ya instalados en el terreno de los aniversarios redondos, cabría recordar que el primer libro que firmó en solitario, Estado de sitio (1972), cumple medio siglo de su publicación, tras haber ganado el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes del año anterior.

El libro es uno de esos clásicos modernos que surgen como una respuesta, desde la sensibilidad de un poeta, a tiempos convulsos, como muestran algunos de sus versos más citados, parte del poema «Descripción de una reunión con algunos amigos de la infancia».

«No sé cómo existo en este país que acuchillo y que me / acuchilla, / leyendo este periódico que hiede, / viendo la excrecencia del mundo desde la televisión, tomando esta cerveza para mitigar un poco el agobiante / calor», escribió entonces.

«Estado de sitio surge, como se puede observar y captar con una primera lectura, de todos los acontecimientos sociales y políticos que se dan en los 60, sobre todo en 1968, y un poco más atrás también», recuerda Oliva.

A este libro le siguieron Trabajo ilegal (antología de 1960 a 1984), Lienzos transparentes (2003), Estratos (2010) y Lascas (2017), con una perseverancia que se nota en el espacio de tiempo entre cada uno y, sobre todo, su intención al escribirlos.

«Desde Estado de sitio, yo he pretendido siempre a hacer libros y no poemarios, libros de poesía que desde las primeras líneas y las primeras frases y las primeras estrofas se vayan desarrollando en el siguiente título de un poema, y luego en el otro, y luego regresar, como es nuestra propia vida, como es el espacio y el tiempo en el que vivimos», explica.

«Creo que lo que he escrito -lo creo, no sé si lo he acertado- es escribir arquitecturas verbales que constituyan un libro con muchas ventanas, muchas puertas, muchos tejados, muchos umbrales. He querido hacer libros completos de poesía«.

La última edificación de Oliva lleva en el nombre una declaración, Escrito en Tuxtla (2022), y lo encuentra en un momento de intensa producción poética.

«Estoy investigando mucho, tratando de encontrar diversos temas para mi poesía. Estos temas que contemplo en lo que he llamado este ‘observatorio en el que vivo’, es decir, mi casa, mi casa aquí en Tuxtla Gutiérrez«, declara.

Se trata de un poema febril, en constante mutación, dividido en 20 cantos, con el que reflexiona no sólo sobre su vida como escritor, sino como un homenaje a su esposa, artífice de su morada en Chiapas.

«Una casa que diseñó mi compañera de vida, la arquitecta Sonia Quiñones Mussenden, con atmósfera llena de luz, siempre cambiante».

Son los versos de un poeta de 85 años que, desde su observatorio, escribe con urgencia y pasión.

«Cuando desperté en la madrugada / releí lo que había escrito la noche anterior, / no tiene nada que ver conmigo, me sobrepasó; y mientras escribo estas frases, me doy cuenta / que no tengo ya poder de nada, que todo se me escapa», declara en el canto tercero.

El encuentro con Agustí Bartra de una hermandad de poetas
Oliva los llama, todavía, a los que han partido y al que sigue vivo, sus hermanos.

Así, unidos en una hermandad perpetua, sus paisanos Eraclio Zepeda (1937-2015) y Juan Bañuelos (1932-2017), el capitalino Jaime Augusto Shelley (1937-2020) y el sinaloense Jaime Labastida (1939) permanecen juntos en la misma página de la historia de la literatura mexicana a través del libro La espiga amotinada (1960).

La publicación de ese volumen, con el que cinco jóvenes poetas, estudiantes de la UNAM, dieron su primer paso al unísono, fue animada por el encuentro de todos en las aulas, su pasión literaria y la veneración por un mentor común: el poeta Agustí Bartra.

Reunidos en torno al catalán y su obra, los cinco muchachos recibieron una educación poética tanto por los textos de su maestro como por sus importantes traducciones.

«Las traducciones de los poetas griegos contemporáneos, las traducciones que hacía de los poetas franceses, las que hacía de los poetas en lengua inglesa, nos dieron, me dieron a mí, una amplitud mucho más grande, y esta amplitud me hizo conocer, por ejemplo, a Ezra Pound, William Carlos Williams, Yorgos Seferis, Odysséas Eltis, y a muchos poetas que todavía no se traducían en la lengua castellana», recuerda Oliva.

«Agustí Bartra, en el momento de estar traduciéndolos, no los iba leyendo y nosotros íbamos conociendo la grandeza de esta poesía. Eso fue fundamental para mí, pues me abrió muchas ventanas para decirme qué es la poesía, sobre todo la poesía del siglo 20, que era el siglo en que se dio esta reunión de amigos y ese conocimiento».

Llegado el momento de escribir su primer volumen de poesía, fue Bartra quien sugirió un libro de libros.

«Cada uno de nosotros iba escribiendo lo que ya cada uno pensábamos que podía ser un libro, pero, con esta visión, con esta visión tan acertada de Agustí Bartra, él nos propuso que esos cinco libros que se estaban escribiendo y que estaban a punto de terminarse de escribir, pudiera concebirse no una antología, sino una reunión de cinco libros, de cinco voces distintas entre sí, con sus propias características, y nos decía Bartra: ‘Esto puede constituir un hallazgo’, decía, ‘dentro de la joven poesía mexicana‘», rememora Oliva.

Y lo fue. Tanto que el editor Fernando Benítez, al recibir un adelanto de manos de Bartra, decidió darle la primera plana de México en la Cultura, influyente suplemento del periódico Novedades, a los cinco debutantes.

Sin embargo, el encabezado que eligió fue para los autores, por decir lo menos, equivocado: «Cinco poetas que no han conocido el amor».

«Esto nos daba un poco de risa, porque yo creo que sí ya sabíamos lo que era el amor», ríe todavía Oliva.

Su primer libro, La voz desbocada, se encuentra en La espiga amotinada, un ejercicio de fraternidad que volvería a repetirse en el libro de libros Ocupación de la palabra (1965), donde él participó con Áspera cicatriz.

«A la memoria de mis hermanos Eraclio Zepeda y Juan Bañuelos«, se lee en la dedicatoria de Lascas, que publicó en 2017. Y este año, en su Escrito en Tuxtla, recuerda a otro de la espiga en el canto decimosexto: «Para mi hermano, el poeta Jaime Labastida«.

Se trata de una hermandad que lleva más de 60 años sin romperse.

Un poeta arraigado en la lengua española

De la misma tierra de Oliva es también Jaime Sabines, a quien considera uno de sus grandes maestros, y dos de sus entrañables hermanos, Zepeda y Bañuelos, apenas tres eslabones en una larga cadena de poetas nacidos en Chiapas.

Limitarse a ello para clasificarlos, no obstante, incomoda al Premio Nacional 2021.

«Chiapas para mí es un punto de partida. Por supuesto, yo nací aquí en Tuxtla Gutiérrez, pero fíjate que no me gusta mucho que me clasifiquen como ‘poeta chiapaneco'», explica.

«Yo creo que un poeta, ya sea de Sinaloa, de Veracruz, de cualquier otro país o de otra ciudad del mundo, pertenece fundamentalmente a la lengua que escribe«, abunda.

Miembro correspondiente de la AML por ChiapasOliva se encomienda, más bien, al español.

«Esa lengua es la que nos da la posibilidad de ser un poeta visionario, no desde el punto de vista idealista, sino visionario en el sentido de tratar de encontrar la palabra exacta, la imagen exacta», apunta.

Esto, desde luego, no implica que Chiapas no esté en su poesía.

«Yo creo, fundamentalmente, que si decimos: ‘Éste es un poeta de Chihuahua’, o ‘éste es un poeta de Guadalajara’, o ‘éste de Acapulco’, se reduce, aunque, por supuesto, ciertos, o muchos colores, olores, señales, lo verde, lo azul, los ríos, pues están en mi poesía.

«Y esos ríos tienen nombre: se llaman Tulijá, se llaman el Río Grande, se llaman el Usumacinta, pero esto sale, de una manera, creo yo, en mí, de una manera natural», concluye.

Con la perseverancia que aprendió de maestros como Bartra o Sabines, o José Revueltas y Juan de la CabadaOliva sigue labrando su espacio en su lengua.

«Ésta es la perseverancia en la que estoy metido desde muy joven, desde que me di cuenta de que únicamente el trabajo diario de estar observando, de estar leyendo, de estar imaginando es el que me podía dar un lugar, tal vez un lugar pequeño, dentro de la gran poesía en lengua española«, reflexiona.

Para un poeta que se asombra con los hallazgos de un telescopio, aunque su lugar en la historia sea muy grande, no deja de verse pequeño ante la inmensidad del cosmos.

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