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Bitácora del director

Bitácora del director

Por Pascal Beltrán del Río

Humanismo mexicano

Igual que lo hiciera Carlos Salinas de Gortari en 1992, el presidente Andrés Manuel López Obrador le puso ayer nombre a su política. Aquél le llamó “liberalismo social”; éste se fue por acuñar el “humanismo mexicano”. Ambas decisiones partieron del temor de que fueran otros quienes realizaran el bautismo. El presidente Salinas quería evitar que le endilgaran la etiqueta de “neoliberal”; López Obrador, la de “populista”.

En uno y otro caso se advierte un deseo de trascendencia. En el de Salinas, hoy podemos decir que el “liberalismo social” se olvidó tan pronto como dejó la Presidencia. En el de López Obrador, apenas vamos a ver qué tracción consigue el concepto de “humanismo mexicano” entre los seguidores del mandatario y los observadores de la política. Salinas definió el “liberalismo social” como una “reforma de la Revolución”. En su discurso con motivo del 63 aniversario de la fundación del PRI, explicó que el proceso iniciado en 1910 había recogido la propuesta del liberalismo del siglo XIX para darle un carácter “comprometidamente social”. Y que la política de su gobierno había tomado distancia tanto del “estatismo absorbente” como del “neoliberalismo posesivo”.

Salinas remató: “Ni uno ni otro responden al proyecto de reforma de la Revolución (…) La filosofía de nuestras prácticas es el liberalismo social, de hondas raíces en nuestra historia y con plena vigencia para el presente y para el futuro”.

Treinta años después, López Obrador sintió, él también, la cosquilla de definir su proyecto. Al final de su discurso en el Zócalo, para festejar sus cuatro años en la Presidencia, el tabasqueño apuntó: “La política es, entre otras cosas, pensamiento y acción. Y aun cuando lo fundamental son los hechos, no deja de importar cómo definir en el terreno teórico el modelo de gobierno que estamos aplicando. Mi propuesta sería llamarle humanismo mexicano, porque sí tenemos que buscar un distintivo”.

La semana pasada, al adelantar que el domingo 27 revelaría “cómo le vamos a llamar a esto que estamos aplicando”, dijo que era muy sencillo de definir: “Hay gobiernos que dan y hay gobiernos que quitan. El gobierno de nosotros da, aunque le llamen como le llamen: populismo, paternalismo, comunismo”. Ya en el templete —y poniendo fin con su tradicional aceptación de que lo “anoten en la lista” de los políticos populistas— dijo que el “humanismo mexicano” era el nombre de la política de la 4T.

Afirmó que el HM se caracteriza por cuatro cosas: su aversión al “derrotismo”; su convicción de que no debía haber paz ni prosperidad sin justicia social; su rechazo a la “obsesión tecnocrática de medirlo todo en función de indicadores”; su decisión de que el combate a la corrupción tenga preferencia sobre crecimiento económico, y la aplicación de su lema de campaña, “primero los pobres”, como “esencia de la actividad política”. Para finalizar, arengó: “Que se escuche bien y que se escuche lejos: la auténtica política es profundamente humana en su fundamento, en su esencia y, sobre todo, cuando se práctica en bien de los demás, en especial de los pobres”.

Ya hace más de dos años el Presidente había esbozado uno de los principios que ayer atribuyó al HM cuando, ante las primeras señales de contracción económica, dijo que el PIB no era un indicador tan importante y que él se encargaría de reemplazarlo con uno que tomara en cuenta “la felicidad del pueblo”. Éste aún no se ha dado a conocer. Y, pese a su voluntad de combatir “la obsesión neoliberal de medirlo todo en función de indicadores”, presumió ayer que este año la economía mexicana crecería 3.5 por ciento (por cierto, medio punto menos de lo que había dicho apenas la semana pasada en gira por Colima). Vale mencionar que ninguna institución o empresa de análisis coincide con uno u otro pronóstico.

Pero quizá no debamos pedirle tanta rigidez al HM porque el humanismo, a decir de Ignacio Carlos Maestro Cano, uno de sus principales estudiosos, tiene un rasgo distintivo: “Es un concepto huidizo, algo que probablemente se deba al hecho de disponer de una infinidad de ‘asideros’ por los cuales tomarlo. En definitiva, es un término con una gran diversidad y nebulosidad semántica”.

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