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Por Pascal Beltrán del Río
Tiempo de velar armas
A partir del 13 de abril pasado, cuando el Consejo General del Instituto Nacional Electoral reiteró su sanción de cancelar el registro a los candidatos Félix Salgado Macedonio y Raúl Morón, el oficialismo parecía convencido de que el Tribunal Electoral –que ya había ordenado al INE revisar dichos castigos– enmendaría las cosas para Morena.
Quizá había razones para pensarlo, pues varios fallos del Tribunal estaban alineados con los objetivos de la Cuarta Transformación, como la cancelación de la multa de 197 millones de pesos que le impuso el INE por el manejo de un fideicomiso en la campaña de 2018 y su negativa a sancionar al presidente Andrés Manuel López Obrador por el contenido de sus conferencias mañaneras, entre otras.
El 15 de abril, el mandatario pidió esperar el fallo de los magistrados, quienes tienen, dijo, “la última palabra”. De esa confianza en el desenlace hicieron eco el líder nacional de Morena, Mario Delgado, y el propio Salgado Macedonio.
Algo pasó –y sobre ello sólo podemos especular– para que se conformara una amplia mayoría en el Tribunal, que la tarde del martes propinó tres golpes secos al oficialismo, negando en definitiva el registro a Salgado y Morón, pero también avalando las reglas que impuso el INE a los partidos para que ninguno pueda tener sobrerrepresentación en la Cámara de Diputados superior a la de ocho por ciento que contempla la Constitución.
Dichas resoluciones –inatacables en el ámbito jurídico mexicano– causaron sorpresa entre los observadores y estupor en el grupo gobernante. Salgado calificó a los magistrados de “malandros”. Arbitrarios, matizó Mario Delgado. Antidemócratas, machacó el Presidente.
No sabemos si fueron factores internos o externos los que llevaron al Tribunal a decidir como lo hizo. O una combinación de ambos.
Pudo ser el clima adverso a los organismos autónomos y la presión sobre la división de Poderes, cuyo clímax fue la aprobación subrepticia de un artículo transitorio que amplía el periodo de la presidencia de la Suprema Corte contra lo que dice la Constitución; o una solidaridad gremial frente a los comentarios del presidente López Obrador sobre la honorabilidad de los jueces; o la advertencia, anunciada por el líder senatorial Ricardo Monreal a nuestra compañera Leticia Robles de la Rosa, de que una reforma electoral está en puerta, o una rebelión interna contra el liderazgo del magistrado José Luis Vargas. O, como digo, una combinación de dos o más de esos factores.
Ante la derrota, López Obrador recurrió a la retórica. Ayer pidió a los suyos quedarse en la orilla del desahogo y no hacerse a la mar de la confrontación. En un lenguaje que sonaba más a líder de partido que a jefe del Estado mexicano, el Presidente conminó a los suyos a la paciencia, a la calma, a “no engancharse” ni caer en la “provocación”. Y planteó una lucha de largo plazo –en esas lides tiene una experiencia indudable– para “hacer valer la democracia”.
Hay quien interpreta esas palabras como la disposición del Presidente de luchar siempre en el marco de las instituciones. Yo no estoy tan seguro. Recordemos que recientemente ha impulsado cambios legales, mediante una mayoría legislativa completamente controlada, que contradicen el texto constitucional en lo más básico y que buscan una mayor concentración de poder.
La estrategia de López Obrador apunta, más bien, a dar vida a sus propias instituciones –nada autónomas, por cierto–, así como apropiarse de conceptos como democracia y legalidad, como ya ha hecho con el de pueblo, y resignificarlos.
Lo de ayer es un retiro estratégico. Entre sus cualidades como político está, sin duda, la capacidad de reacción. De mutar de acusado a acusador.
Si esto fuera un partido de futbol, su llamado sería a dejar de alegar la decisión del árbitro –ratificada por el VAR– para cuestionar la ética y viabilidad del deporte mismo.
La de ayer pudo haber sido la última batalla con sus adversarios antes de la cita en las urnas. El periodo ordinario de sesiones del Congreso casi terminó y ahora sólo queda esperar el veredicto ciudadano. Es tiempo de velar armas.