Al arribo del público, Teresa Selma se encuentra ya en personaje, sola, al centro del escenario isabelino del Centro Cultural El Foco, con las facciones apenas bosquejadas en la media penumbra que produce la única luz sobre su cabeza.
Sentada tras un escritorio de buen tamaño, revisa acuciosamente un legajo de papeles, crónicas del horror de la guerra, ya no como una actriz veterana de 91 años de edad, sino como la periodista rusa Anna Politkóvskaya, asesinada en 2006.
La obra de teatro, llamada Mujer no reeducable, no es sólo uno más de los incansables empeños de Selma (Venezuela, 1930) por honrar al arte de la actuación, profesión a la que ha dedicado su vida durante 70 años.
Se trata, en realidad, de una lección del compromiso social de una artista de la escena que, ya entrada en la novena década de su vida, entiende al teatro como una herramienta de la conciencia.
«Siento la necesidad de aportar un granito de arena para dar a conocer la existencia de esta periodista», explica en entrevista.
Escrita en 2007 por el dramaturgo italiano Stefano Massini, la pieza es descrita como un «memorándum teatral» para honrar la memoria de Politkóvskaya, periodista asesinada a tiros en la puerta de su casa, en Moscú, luego de poner en jaque al régimen de Vladimir Putin con una serie de crónicas y reportajes sobre las atrocidades cometidas durante la Segunda Guerra Chechena (1999-2009).
Conmovida desde el momento en que conoció el monólogo, Selma consiguió la traducción, adquirió los derechos, la adaptó, y actualmente dirige y protagoniza la producción en temporada, los sábados a las 18:00 horas en el Centro Cultural El Foco (Tlacotalpan 16, Roma Sur).
Apenas apoyada con el escritorio, una silla, una lámpara y una pila de hojas de papel, lleva al teatro de vuelta a su estado más esencial: una actriz, el escenario y el público.
En un ejercicio que sería complicado a cualquier edad, por enérgico, emocionalmente desgastante y por la capacidad de memoria que requiere, la intérprete muestra cuánto valen todas sus décadas sobre las tablas.
«No he parado de trabajar desde el 52, entonces es una larga vida y una larga trayectoria. Cuando hay pasión, mientras el cuerpo aguante, no me retiro. Tengo la suerte de todavía tener memoria y aquí estoy», declara.
Selma nació el 13 de agosto de 1930 en la ciudad costera de Puerto Píritu, Venezuela, con un interés desde la juventud por el teatro, al que siempre le ha sido leal, pero que al inicio compartió con la carrera de psiquiatría.
Llegó a México en la década del 50, donde estudió con el reconocido actor y director Seki Sano, y se enroló en la Escuela Nacional de Teatro del INBA.
Ha tenido dos grandes periodos en el País: uno entre 1963 y 1975, y del 2002 a la fecha.
En esa primera época participó en montajes de directores emblemáticos del teatro mexicano, como Juan José Gurrola, Dagoberto Guillaumín, Rafael López Miarnau y Luis G. Basurto.
Con diversos papeles memorables, como el protagónico en la obra El último verano, de Sarah Bernhardt, quizá ninguno marcó tanto su segunda época mexicana como interpretar a la Emperatriz Carlota en La loca de Bouchot.
Esta última pieza, que Selma adaptó, dirigió y estelarizó a partir de la novela Noticias del Imperio, no sólo constituye uno de sus grandes logros teatrales, sino que le granjeó comentarios cálidos y elogiosos por el autor del libro original, Fernando del Paso.
Vital, en pleno control de su arte y con los ojos claros siempre amables ante cualquier espectador que se le acerque a platicar, ya está más que acostumbrada a decirle su edad a los incrédulos que la miran dominar el escenario.
«Nunca me he quitado la edad y, ¿sabes también qué?: A esta edad que yo tengo, los años no se quitan, se presumen. Entonces tengo 91 y pronto cumpliré los 92», celebra.
«La gente se sorprende de que me ven con la pasión, con la energía con que trabajo, y es porque actuar me hace feliz».
Y basta con mirarla, convertida en Politkóvskaya, para corroborarlo.
El monólogo de Massini, basado enteramente en los reportes de la periodista desde Chechenia, es tan descarnado como verídico, y constituye un entramado doloroso de horrores cometidos tanto por el Ejército de Putin como por los terroristas chechenos.
Uno a uno, a manera de episodios, Selma relata, con la pasión y la violencia que el texto demanda, las decapitaciones «ejemplares», las violaciones a mujeres de pueblos enteros, los atentados que dejaron decenas de niños muertos y los testimonios deshumanizados, crueles, de los victimarios de ambos bandos.
«Uno no se recupera de una historia cuando le llega la otra, es terrible. Como son hechos de la vida real, la verdad es desgarradora y conmovedora», dice la actriz sobre el libreto.
Entre las crónicas periodísticas desde el frente se van hilando las historias de amenazas, acoso gubernamental, golpizas, un intento de asesinato por envenenamiento y el homicidio de Politkóvskaya, crimen que no ha encontrado justicia sobre sus autores intelectuales.
«Ella tuvo el valor de denunciar esa violación constante a los derechos humanos y tuvo la valentía de publicarlo en la Rusia de Putin, donde no hay libertad de expresión. Eso le costó la persecución, trataron de envenenarla, para variar, y pudo sobrevivir, y luego un sicario en el elevador de su edificio, en el departamento donde vivía, le dio cuatro balazos, uno en la cabeza, y la mató», relata la directora del montaje.
«Su honestidad y su valentía le costó la vida. Aquí no hay ficción en esta obra, todos son testimonios reales de lo que ella vivió en Chechenia. Fue una guerra terrible».
El título de la obra, Mujer no reeducable, hace eco de la declaración de un alto funcionario ruso del Gobierno de Putin que planteó que, a los «subversivos» que no podían ser «reeducados» por el Estado, como Politkóvskaya, más valdría erradicarlos.
Tras una serie de temporadas exitosas, Selma busca dejar en cartelera la puesta en escena hasta que el público lo decida con su asistencia, pues encuentra enorme vigencia en su contenido ante la guerra que hoy acomete Rusia contra Ucrania y por la desprotección del oficio periodístico, sobre todo, en países en conflicto.
«Aquí (en México) también han asesinado a muchos periodistas. No será Putin quien lo haga, pero, de todos modos, la impunidad, la injusticia, existen», declara.
«Ahora, me da a mí la impresión de que en esta nueva temporada, tal vez por la guerra en Ucrania, la gente está como más sensible a los crímenes de Putin y le llega más. De Chechenia mucha gente ni sabe que existía ese país, pero, en cambio, con Ucrania se ha renovado todo, y la verdad que ha resultado oportuno reponerla».
Infatigable, Selma estrenará además la obra El consultorio de la doctora Spellman, de Alberto Estrella, el próximo 1 de julio en el Círculo Teatral (Veracruz 107, colonia Condesa).
Con emoción, espera que ambas obras puedan tener largas temporadas en paralelo.
«Estamos tan entusiasmados que esperamos que (Mujer no reeducable) dure. Mientras vaya gente, la seguiremos montando», promete.
Luego de más de una hora de tremebundas historias de guerra, de un despliegue enérgico, de gran violencia escénica, Teresa Selma deja atrás a Anna Politkóvskaya y, ante una ovación de pie, esboza la sonrisa más contagiosa del mundo, feliz en la que ha sido su casa durante 70 años. Y los que faltan.
