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‘Yo soy Terry Holiday’, artista diversa

‘Yo soy Terry Holiday’, artista diversa

En las paredes de su estudio, un pequeño departamento en Tlatelolco, Terry Holiday colgó los cuadros de las que, afectuosamente, llama sus «monas».

De narices respingadas, ojos grandes y coquetos, una serie de mujeres delgadas, pintadas con trazos finos, languidecen en entornos domésticos con vaporosos conjuntos parisinos.

Una de ellas, en particular, destaca sobre todas: morena, de cabello rizado y negro que combina con su negligé y una mirada sonriente, de seguridad, que seduce al espectador de la pintura.

«Mira, ésa soy yo», dice señalando al cuadro que pintó en 1979. «Cualquiera que la ve dice: ‘Es que ésa eres tú’, y sí soy yo, pero en ese entonces yo no lo sabía».

Hoy, quien se precie de conocer la historia de la diversidad sexual en México, y sobre todo la noche LGBT+ de la Capital, sabe quién es Terry Holiday.

Y es que lo ha hecho todo: artista plástica, actriz, vedette, cabaretera, productora de espectáculos, diseñadora de modas y madrina y consejera de chicas drag, pero, sobre todo, una activista de vida para la comunidad trans del País.

Nacida en la Ciudad de México en octubre de 1955, Holiday recuerda que, aunque siempre supo quién era por dentro, tardó un poco en tenerlo claro, como es natural.

«Ahora, a 50 o más años de eso, las pinturas tienen un valor agregado, porque son las primeras manifestaciones del fenómeno trans», prosigue sobre las obras que, estratégicamente, ha colocado en su departamento.

«Era la época de la psicodelia y todo eso, y mi mamá me decía: ‘Ay, ¿por qué haces esas monas?’. Y yo le decía que nada más porque sí, pero en realidad era yo, en realidad era como me percibía, como me sentía», abunda.

Ícono de la vida cultural y de la diversidad sexual de la mítica Zona Rosa de los años 70, actriz en películas de culto, como La montaña sagrada (1973), de Alejandro Jodorowsky, y legendaria performer en los bares de la «Calle de las Sirenas» (República de Cuba, en el Centro Histórico), entre tantísimas cosas, Holiday siempre supo que sería artista, que lo fue siempre.

En gran medida, reconoce, se lo debe a su entorno familiar, con una madre pianista profesional que amaba a Serguéi Rajmáninov y a Nikolái Rimski-Korsakov, y un padre bohemio que cantaba boleros en las tertulias.

«Mi familia fue muy receptiva, les hacía gracia que me pusiera un trapo y que me pusiera faldita, o que me amarrara una toalla. Mientras mi mamá tocaba el piano, mi hermana y yo andábamos bailando por toda la casa», recuerda con cariño.

«Nunca se me cuestionó ni se me regañó, ni se me obligó a jugar futbol ni a los carritos, pero sí yo tenía el conflicto de que en la juguetería me daba pena pedir la muñeca, y entonces pedía un carrito, y en la parte de atrás le ponía un libro donde se subían las muñecas y se hacía un carro alegórico», bromea.

Este sábado, en el Día de la Marcha del Orgullo LGBT+, esa niña que ya soñaba con carros alegóricos será reconocida en el Teatro de la Ciudad como un ícono de la comunidad trans.

Su trayecto por la vida cultural de la Ciudad comenzó cuando estudiaba en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda, desde donde, naturalmente, gravitó hacia la Zona Rosa, entonces el enclave preferido para artistas y para la comunidad de la diversidad sexual.

Fue ahí dónde, en una anécdota ya mítica, fue descubierta por el director de teatro Joe Donovan e invitada a formar parte del elenco de la obra Hair cuando ella, todavía como estudiante de pintura, decoraba la boutique de Barbara Angely.

«Yo cantaba, leía música, tenía 17 años, una agilidad, y entonces llegué a la audición y nada más me vieron… ya con mi pelito así de hippie, larguito y todo: nada más me vieron y me dijeron: ‘¿Tú cantas? ¿Bailas? Bueno, te quedas’. Y sin verme cantar ni bailar, nomás por el look», celebra.

En aquel entonces, recuerda, la moda hippie le permitía tener el cabello largo, como le gustaba, y sin levantar cuestionamientos, pero a sabiendas de que no estaba siendo quién realmente era por dentro.

En Hair, donde interpretó el papel de la madre del protagonista, fue la primera vez que Holiday usó un vestido en el escenario, luego de una vida de ponerse la ropa de su mamá y los zapatos de su hermana en secreto.

«Ahí fue donde, por primera vez, me puse un vestido profesionalmente y actué mi parlamento de actriz, y eso me dio una gran fuerza interna, me empoderó».

A partir de ese momento comenzó una carrera en los escenarios de la Ciudad de México y, al mismo tiempo, en el cine, donde participó en otras producciones importantes, como Noches de cabaret (1978), dirigida por Rafael Portillo y estelarizada por Sasha Montenegro, e incluso en la mítica película perdida de Juan Ibáñez, A fuego lento (1980), donde bailaba al ritmo de Dámaso Pérez Prado en el Teatro Blanquita.

El nombre que eligió para sí misma, Terry Holiday, es una combinación del nombre de pila de uno de los protagonistas, Terry, de la serie de televisión Maya la elefanta, que veía con un hermano suyo que falleció a los 10 años, y el apellido de la cantante Billie Holiday.

«Fue el nombre perfecto, eufónico y fácil de recordar», celebra, y usa desde 1972.

Los años 70, sin embargo, no fueron del todo sencillos, pues padeció, junto con sus compañeras trans y homosexuales, la represión policiaca y las redadas denigrantes que terminaban en los separos y, en ocasiones, en golpizas o rapamiento forzado.

«Una vez me secuestraron unos judiciales y me pusieron de cebo en la Zona Rosa. Me llevaban a una esquina y me decían: ‘Ahí te paras y no vas a hacer nada’, y yo estaba parada y a los chicos que llegaban a saludarme los detenían, ¿y yo qué podía hacer? Me tenían amenazada. Me tuvieron dos días en una casa en contra de mi voluntad», lamenta.

Su faceta como «activista de vida», como ella misma se describe, se cimentó a mediados de los 80, durante la crisis del VIH, donde participó buscando generar conciencia sobre el uso del condón.

Ya en el lado luminoso de la vida, en el del gozo, Holiday ha dado trabajo a muchas trans a través de sus espectáculos, a quienes ha logrado sacar de la drogadicción y del trabajo sexual, además, claro, de iluminar la noche con sus míticos shows de vedetismo y transformismo.

Durante más de 10 años, de 1985 a 1996, tuvo el que, con orgullo, llama «el mejor show de Monterrey», donde también vivió, y luego, en su regreso a la Ciudad de México, trabajó 14 años en el Butterflies, luego en La Purísima y en el Marrakech, y ahora, en La Perla.

Quizá la principal enseñanza de Terry Holiday, lo que la hace tan grande para la comunidad LGBT+ de México, es que nunca buscó ser nadie más que Terry Holiday.

«He tratado de ayudar a las chicas que se acercaron a mí a descubrir su verdadero yo, porque hasta entonces muchas soñaban con ser ‘la doble de’, la ‘doble oficial’ de alguna artista que ellas admiraban: la Lupita D’Alessio, la Beatriz Adriana…», reflexiona.

«Entonces yo les decía: ‘¿Por qué no buscas quién eres tú?’. Porque yo soy Terry Holiday», declara.

Así están firmados los cuadros setenteros que cuelgan de su estudio en Tlatelolco, que la artista y activista comparte con su perra, Bonita. Son sus cuadros una representación cabal de quien ella ha sido siempre.

«Desde chica fui figurosa y argüendera», dice, orgullosa, con los mismos ojos coquetos que la Terry Holiday de sus pinturas.

MANTENER LA MEMORIA

Actualmente, la Galería Memoria de Madrid exhibe la primera exposición individual de la fotógrafa Yolanda Andrade en España, inmejorablemente acompañada, como lo declara el título de la muestra: Terry Holiday y el México De-Generado (1978-2020).

Desde los cabarets clandestinos de la Ciudad de México en los años 70 hasta los bares abiertamente LGBT+ de la última década, los retratos de Andrade sobre ella dan cuenta de la historia misma de la noche diversa de la urbe.

A sabiendas de su lugar en esta historia, Holiday recién emprendió el proyecto «Archivo de la Memoria Trans», un acervo abierto digital abierto al público que será presentado este 30 de junio en el Museo Universitario del Chopo.

«Que quede un testimonio, que quede una historia, no para que nos reconozcan, porque nos vamos a morir y no se van a acordar de nosotras, pero para que, cuando alguien se ponga a investigar, sepa que sí hubo, que sí existió», dice sobre el ánimo del proyecto.

«Ya saben que existimos, ya es normal, y más ahora el 25, en la marcha, se van a dar cuenta de que ya no somos una minoría rezagada, somos un contingente residente y decidido y, sobre todo, orgulloso, de eso se trata el mes de junio», dice Holiday.

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